Expertas profundizan en el importante papel de las emociones en el aprendizaje, dentro del ciclo de ponencias sobre la labor docente. El congreso cuenta con el apoyo del Ministerio de Educación del Ecuador.
El congreso online ‘Hablemos de Educación’, organizado por la Universidad Internacional de La Rioja (UNIR) y apoyado por el Ministerio de Educación del Ecuador, abordó en su segunda jornada la importancia del papel de las emociones en los procesos de aprendizaje. El tema de interés fue tratado en profundidad desde las perspectivas de dos expertas en la materia, dentro del ciclo de ponencias sobre distintas temáticas de la labor docente que se desarrolla en julio.
De una parte, desde el sentir del docente, de otra a partir de cómo lo viven los alumnos en las aulas, las emociones como tema recurrente estuvieron a “flor de piel” en las dos ponencias del día. Así, se ofreció una mirada estimulante hacia el poder que tienen las emociones y cómo pueden repercutir positivamente en el alumnado a través de la formación adecuada del profesor para gestionarlas.
Las exposiciones desvelaron claves en los procesos cognitivos y cómo sacar provecho de cada una de ellas. La activación de la curiosidad hacia cosas nuevas; la necesidad de desarrollar buenos climas y un estilo asertivo; la función de la memoria para evocar enseñanzas con mayor nitidez si son impregnados con emoción; son algunos aspectos sustanciales en el aprendizaje que se pusieron de relieve en las ponencias, las cuales no dejaron indiferente a los docentes que se conectaron para seguirlas por streaming.
Presentación de la jornada
Previo a la primera ponencia, el evento contó con la intervención de Rosalía Arteaga, expresidenta de la nación y presidenta de UNIR Ecuador. Habló de la calidad de la enseñanza superior desde una universidad en línea como UNIR, “sustentada a través de las tecnologías más innovadoras”, e hizo hincapié en su espíritu de llegar a lugares remotos para permitir a los alumnos cursar sus estudios en cualquier circunstancia.
Arteaga también puso en valor la oferta académica de UNIR, con sus 39 grados oficiales y más de 100 maestrías, además de doctorados. Y aprovechó para recordar el actual programa de becas parciales de la universidad, con la colaboración el Ministerio de Educación, y abierto hasta el 31 de julio, “para que maestros ecuatorianos puedan beneficiarse en hasta un 60% de descuento en la matrícula de una maestría con calidad europea, reconocida en el país”.
Como preámbulo a las dos sesiones programadas en la jornada, se emitió un video motivacional de la alumni Glenda Moreira, donde cuenta su experiencia de estudiar con UNIR un Máster en Liderazgo y dirección en centros Educativos, que le ha proporcionado conocimientos para promocionar en su trabajo y proseguir su sueño de transformar la educación en el país.
Emoción en las aulas
Patricia Crespo, doctora en neurociencia cognitiva y educación de UNIR, empezó de forma peculiar su exposición, acorde al contenido de su ponencia “La emoción en las aulas: una mirada desde el sentir del maestro”.
Utilizó inicialmente un tono formal aséptico dirigido a la audiencia docente, para pocos minutos después repetir lo dicho exactamente igual, pero esta vez de forma mucho más viva y dinámica, y con una nariz de payaso que se puso ante la cámara. Con otra entonación del discurso y el uso del lenguaje no verbal, manejando aspectos prosódicos y pausas, quiso demostrar cómo lograr la atención, aspecto básico para obtener el aprendizaje.
Asimismo, destacó el papel relevante de las neuronas espejo como aliadas en ese proceso. “Son como una varita mágica que nos sirve a los profesores para transmitir los contenidos con emoción. Ese estado emocional positivo nos ayuda a que el aprendizaje se enseñe bien”.
Según Crespo, la evidencia empírica corrobora que en situación de bienestar emocional aumenta la eficiencia del proceso cognitivo. “Cuando nos encontramos bien y el estudiante se siente a gusto en un clima adecuado, la atención y la memoria funcionan de una manera óptima”, afirmó. De ahí su insistencia en el papel que los profesores deben jugar como modelos de lo que quieren que aprendan sus alumnos, de la necesidad de dar a los contenidos un valor emocional y contagiarlos en el aula con metodologías y actitud determinada.
La experta en neurociencia pulsó otra tecla clave en el aprendizaje, inherente en el ser humano: la curiosidad. “Sabemos que el cerebro emocional activa circuitos cuando algo distinto aparece. La curiosidad es la chispa para liberar el contenido a través de la emoción, y ésta nos conduce al tesoro más preciado para los profesores, como es la atención de nuestros alumnos”.
Educando la emoción
En la segunda parte de su ponencia, Patricia Crespo profundizó en la cuestión de cómo educar en emoción. Para eso, subrayó, los docentes deben recibir formación emocional específica con la cual transmitir los conocimientos a su público objetivo. “De la misma manera que no se puede enseñar a leer, si no se sabe leer, tampoco se puede ayudar a nuestros niños con su desarrollo emocional sin haber adquirido previamente competencias emocionales”, resaltó. E hizo un llamamiento a las autoridades para que en las políticas educativas se tenga en cuenta el apoyo a esta demanda, con programas ad hoc que integren formación continua y reciclaje.
No obstante, muchos profesores carecen de habilidades para la gestión de las emociones. Mas bien se sirven de la propia experiencia e intuición sin una sólida metodología. Como consecuencia, el intento desemboca habitualmente en un frustrante atasco de querer y no poder. “Por eso es importante insertar la formación emocional en las situaciones de aprendizaje que le permita al docente generar un estilo educativo”.
Diferentes investigaciones han indagado en modelos de estilo educativo del profesorado. Crespo tomó como referencia el de Salas de 2002, basado en cuestionarios de inteligencia emocional. Este modelo establece diferencias entre un estilo educativo sobreprotector y punitivo que puntúa a la baja las habilidades intrapersonales, frente a otro asertivo e ideal que evita poner normas y límites en un contexto de respeto donde se toman en cuenta los intereses de los alumnos. “Como profesores, debemos reconocer y manejar adecuadamente nuestro nivel de gestión emocional e intentar desarrollar un estilo asertivo repercutible en las aulas”.
Para la académica, la experiencia particular del docente “debe servir como ‘metavisión’ de una mejor vida personal, de responsabilidad individual transferible a lo profesional y a lo social”. Insiste igualmente en abogar por programas de educación emocional sustentados en evidencias empíricas que tengan utilidad individual y colectiva a nivel de centro.
Lo anterior, afirma Crespo, refuerza la labor del docente en su labor pedagógica de conocer cómo se sienten los niños en sus procesos cognitivos, y a ayudarles en producir un giro en sus emociones menos positivas cuando sea necesario. En última instancia “lo que aprendemos depende de cómo se enseña”, concluye.
Estado emocional en el aprendizaje
Alba Ariza, neuropsicóloga y pedagoga, especializada en psicoterapia cognitivo conductual en terapia infantil y juvenil, se encargó de la segunda ponencia de la jornada: ‘Repercusión del estado emocional en los procesos del aprendizaje’.
El punto de partida de la exposición fue las distintas emociones con las que los alumnos llegan al aula y su utilidad en el aprendizaje. “Hay que tener en cuenta hasta qué punto nuestros alumnos están emocionados y de qué manera. Existen muchas variables en el proceso de aprendizaje”, señala Ariza. De entre ellas, la motivación, la atención, las emociones y la sociabilidad son las de mayor relevancia. También lo es el cuerpo, como vehículo para el ejercicio físico, “parte muy importante del desarrollo y de la conexión con el aprendizaje”.
La experta neuropsicóloga recordó que todas las regiones cerebrales están implicadas en el proceso de aprendizaje y en la regulación de las emociones. “Debemos tener en consideración que las emociones son reacciones psicofisiológicas universales, pero se muestran de forma diferente según culturas y nacionalidades. Es por eso, que hay que canalizar la empatía con cada persona de forma distinta según sea su estado emocional”, señala.
Emociones negativas y alegres
Cada emoción tiene un propósito y se manifiesta en cualquier circunstancia. De ahí la importancia de saber controlarla. “A partir de la pandemia se ha extendido mucho el miedo social. En las aulas es un miedo a no saber afrontar la situación de volver a la clase, donde dominan sensaciones negativas: que se rían de uno, hacer el ridículo, quedarse atrás en el aprendizaje… Son emociones que hay que tratarlas. Yo lo hago con terapia de juego de rol”, comenta Ariza.
Por otro lado, los distintos estadios de las necesidades humanas influyen en las emociones. “Nos sentimos emocionalmente, según nos sentimos físicamente. No podemos enfrentarnos a situaciones emocionalmente positivas si no hemos descansado o comido bien”, matiza la experta.
En contraposición a las emociones negativas, la alegría permite que “cada situación que vivimos sea un aprendizaje. Y aprender con alegría es hacerlo con confianza. Los que eligen este camino estarán motivados a prolongar la experiencia satisfactoria”. Así, la dopamina, la serotonina, todos los neurotransmisores que entran en juego en el cerebro al sentir esa emoción positiva, continuarán la búsqueda de las mismas sensaciones placenteras. Si además hay un reconocimiento explícito a una acción particular, se potencia el proceso del desarrollo con alegría.
Sorpresa y motivación
La sorpresa es otro factor importante en el aprendizaje, despierta la atención y hace que los niños enfoquen todos sus sentidos a esa nueva experiencia recién descubierta. Así, la sorpresa y la atención se concatenan por acción de nuestro cerebro desde el tálamo.
Lo cierto es que, para llegar a la atención, debe existir antes motivación. “Sin ella no podemos despertar estados cognitivos, atención, emociones. La motivación es la gasolina del cerebro”, destaca Ariza. También deja claro que por sí sola la motivación no es suficiente para alcanzar el aprendizaje, “es necesario controlar la inteligencia emocional en los niños, y para eso los profesores deben reconocer sus propias emociones, para percibirlas en otras personas, gestionarles y utilizarlas”.
Ariza habló desde su experiencia al reflejar cómo ciertos profesores reaccionan de forma errónea hacia algunas emociones de sus alumnos, traídas ‘de serie’ desde un entorno familiar u otros distintos al aula. “Es importante formar al profesorado en cómo tratar este tipo de trastornos emocionales. Con formación resulta más viable desarrollar emociones positivas que motiven el acercamiento del alumno”.
Al desarrollar muchas capacidades, la ponente destacó el juego como un gran aliado en la generación de climas idóneos, asimismo animó a los profesores a incluirlo en su metodología de aprendizaje como una herramienta de valor. “Se aprende con el juego, y éste se relaciona con emociones positivas porque motiva a buscar soluciones al desarrollo cognitivo conductual y a situaciones que servirán en el futuro a niños y adolescentes”.
Antes de finalizar, Ariza valoró la empatía y las habilidades sociales como puntos esenciales en los modelos de aprendizaje e hizo una última reflexión acerca de cómo todos debemos de comprender ciertas circunstancias de los alumnos. “No es cuestión que se ciñan cien por cien a reglas sin comprender por qué tienen que hacer algo determinado, porque así no van a aprender el sentido de las cosas. Debemos involucrarnos en esa inteligencia emocional que tiene en cuenta la comprensión de las situaciones de los niños. Y no solo desde la escuela, sino desde posiciones particulares como padres y familia”.