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Glenda, la estudiante de UNIR y maestra en Quito que ayudó a encontrar trabajo a los más golpeados por el COVID-19

“Los jóvenes ahora pueden educarse a través de libros y hasta con internet, por lo que nuestra tarea ya no es solo transmitirles conocimientos, sino formarlos como personas con valores”.

Una de las enseñanzas que dejó la pandemia del COVID-19 a nuestra sociedad es que la solidaridad puede ser un arma poderosa para combatir casi a cualquier mal que aqueje al mundo. Por esta razón, esa fue el arma que eligió una maestra de un colegio fiscal de Quito para ayudar a sus alumnos y vecinos en estos duros momentos.

Glenda Moreira es profesora de lenguaje y literatura desde hace 20 años y actualmente se desempeña como Vicerrectora de la Unidad Educativa Fiscal Hipatia Cárdenas de Bustamante.

Es la mayor de cinco hermanos. Cuando era muy joven y su madre se iba a trabajar, ella se quedaba a su cuidado y los ayudaba con sus tareas y lecciones. Desde ese momento ya se estaba preparando, sin saberlo, para ser maestra, una profesión que no cambiaría por nada en el mundo, según nos comenta.

Hace poco terminó su posgrado en Liderazgo y Dirección de Centros Educativos en UNIR. Estos estudios le han permitido poner en marcha varios proyectos en su comunidad educativa. El más reciente fue la campaña #TenemosQueVolverAVernos.

El centro educativo donde trabaja tuvo que cerrar sus puertas al igual que muchos otros, debido a la emergencia sanitaria. Una vez que sus alumnos comenzaron a estudiar desde casa, los problemas en sus hogares se volvieron más visibles para la maestra.

Padres de los estudiantes comenzaron a quedarse sin trabajo y, por lo tanto, sin dinero para mantener a sus familias. Muchos de los alumnos estaban tan afectados por estas dificultades económicas que dejaron en un segundo plano sus estudios.

Glenda pensó por varios días cómo podía ayudarles. Así, se le ocurrió poner en marcha una campaña solidaria en el colegio del que ahora es maestra, y donde fue alumna en el pasado. El objetivo de la iniciativa era involucrar a los padres de familia e incentivarlos a que se ayuden unos a los otros para que cuando llegue el momento de volver a verse, nadie falte.

Y así fue: los padres que tenían sus negocios propios como carpinterías, mecánicas, y tiendas de comestibles decidieron ayudar y les dieron un trabajo a quienes habían perdido sus empleos, tenían un familiar enfermo o simplemente pasaban una mala situación.

Los más agradecidos de esta campaña fueron sus alumnos, quienes ya no estaban tan preocupados por la falta de dinero en sus hogares y pudieron dedicarse nuevamente a sus estudios.

Es que para Glenda no hay nada más importante que sus estudiantes. Ella no se siente educadora, sino que prefiere que la llamen formadora. “Los jóvenes ahora pueden educarse a través de libros y hasta con internet, por lo que nuestra tarea ya no es solo transmitirles conocimientos, sino formarlos como personas con valores” expresa la profesora. Añade que, si logra ayudar a al menos uno de sus alumnos, se sentirá contenta, pues habrá ayudado a su entorno familiar también.

Pero esta ayuda no se quedó ahí. Glenda se embarcó en otra iniciativa en el conjunto habitacional donde vive. Ella se dio cuenta que sus vecinos no se conocían entre ellos, y decidió que el confinamiento era la oportunidad para afianzar lazos. Se le ocurrió poner por las tardes un parlante en su ventana y tocar música.

La gente empezó a salir de a poco a sus ventanas a escuchar desde baladas románticas hasta salsa. De a poco la gente se fue conociendo e incluso, empezaron a entablar largas conversaciones de ventana a ventana. Y no solo eso, sino que esta amistad los llevó a ayudar a los vecinos más necesitados en este momento tan difícil.

Sin duda, Glenda eligió la mejor arma contra este virus, la solidaridad. De los peores momentos pueden surgir grandes oportunidades si la gente se une para hacerlas realidad, afirma.

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