El destino se escribe con reglones torcidos. Es lo que debió pensar Jonathan Cahuasqui cuando a raíz de un proyecto educativo y un concurso brotó en él su vocación por la docencia, reforzada con un Máster en UNIR.
No siempre triunfar significa alcanzar la cumbre, sino llegar a lo más alto posible, por encima incluso de las propias expectativas. Jonathan Cahuasqui, UNIRalumni, tenía cierta confianza en su proyecto de creación robótica cuando lo inscribió en el Concurso de Excelencia Académica de proyectos educativos que anualmente organiza la Fundación FIDAL; “aunque jamás sospeché llegar tan lejos”, confiesa. Lo cierto es que no lo ganó, pero `colarse’ en las semifinales y codearse con otros proyectos brillantes para disputar los laureles de ser reconocido entre los mejores educadores de Ecuador e Iberoamérica fue un gran éxito particular.
A sus 32 años, este ingeniero electrónico ha visto cambiar el rumbo de su vida cuando la docencia se cruzó en su camino y dio el paso de hacer el Máster en Industria 4.0 en la Universidad Internacional de La Rioja (UNIR). “Estaba desempleado en ese momento y pasaba por un mal momento personal. Tuve la fortuna de empezar a dar clases a estudiantes de octavo a décimo de educación básica superior, volcar mis conocimientos como ingeniero de forma elemental, hasta convertir el aula en un club para aprender electrónica”, recuerda.
Posteriormente, las clases se extendieron a más cursos y adquirieron diferentes niveles de complejidad. Y ahora a muchos de aquellos estudiantes les imparte clases de electrónica de consumo en la Universidad Israel de Quito.
Proyecto robótico
Este proceso evolutivo surgió a principios de la pandemia. Al mismo tiempo que enseñaba a adolescentes, estudiaba, se examinaba y aplicaba los conocimientos que adquiría con la Maestría. “Me sirvió mucho como base de una metodología online bien hecha, y algunas materias, como el diseño y la fabricación en 3D, las adapté para enseñar a mis chicos”, comenta con un punto de emoción. Así, se sirvió de herramientas de modelado tridimensional gratuitas para diseñar circuitos y programarlos, asimismo vincularlos a la robótica educativa.
Veinticinco alumnos se conectaban a las clases de Jonathan.
Un total de 25 alumnos confinados en sus casas siguieron las indicaciones de Jonathan, en realidad persuadidos por un desafío de habilidades sociales, que dio sus primeros frutos con algo tan simple como encender un led con una papa o un limón. “Para ellos supuso el primer logro significativo y para mí comprobar con satisfacción cómo la felicidad surge de algo sencillo en mentes jóvenes. Es uno de los motivos por lo que me gusta enseñar”.
Desde una plataforma virtual, la iniciativa potenció el trabajo colaborativo, la interacción de los alumnos mediante la simulación de elementos electrónicos, lenguajes de programación en bloques y diseño de piezas. Al final del camino, luego de un buen número de clases online, cada alumno había fabricado un robot de funciones básicas controlado por radio frecuencia. “Fue una experiencia chévere porque no solo se involucraron los estudiantes, también sus padres, hermanos y amigos.”
Experiencia con premio
La positiva experiencia promovió que en su colegio Don Bosco-La Tola se haya extendido la enseñanza de robótica desde primero de básica. Además, le abrió las puertas a la universidad como profesor en la especialidad de electrónica de potencia y lo animó a presentarse al concurso de Excelencia Académica que se anunciaba en Facebook, con más de cien proyectos educativos en competición.
Gracias a las indicaciones de Jonathan, los alumnos lograron encender un led con una papa o un limón.
Tras superar eliminatorias ante jurados nacionales e internacionales donde sustentaba las bondades de innovación educativa de su propuesta, ningún atisbo de decepción o derrotismo al no conseguir finalmente los 10.000 dólares que premiaba al ganador del concurso. Al contrario, Jonathan derrocha agradecimiento y humildad. “Todos los proyectos eran de altísimo nivel. Aprendí mucho de quienes estaban detrás de ellos cuando tuvimos la oportunidad de presentarlos en la feria de Guayaquil de la mano de Fundación FIDAL”.
También rememora lo que su profesor de pymes del Máster de UNIR le decía: “hay que esforzarse en dar pequeños pasos hacia el objetivo y así obtener el éxito”.
Aplicar lo aprendido
El joven ingeniero y profesor reconoce que la Maestría estudiada con UNIR le ha enriquecido en conocimientos e influido en su desempeño docente en la educación superior, igualmente en valorar la calidad del aprendizaje. “La parte técnica ha sido de gran utilidad porque no todo está en los libros, es necesario aplicarlo de forma práctica y en el ámbito digital existen muchas posibilidades”, subraya.
No obstante, enfocó su trabajo de fin de Máster con vistas a ser ejecutado en algún momento. “Mi profesor me animó a crear la microempresa de soporte de comunicación visual y electrónica que tengo en la actualidad. En ella he desarrollado un software, basado en mi tesis, para optimizar el sistema de inventario de las empresas utilizando la tecnología RFID. El servicio empieza a ser rentable, y tengo empleado a mi padre como representante”, comenta con orgullo.
Prototipo final que los alumnos replicaron en sus hogares.
Este peldaño más en su vida lo ha introducido de lleno en la digitalización. “Es muy importante atender a las demandas digitales del mercado laboral, a sus tiempos y recursos. Porque una cualidad en el ser humano debe ser adaptarse al entorno, y la digitalización es nuestro ecosistema actual”, reflexiona al mismo tiempo que relata cómo se dio cuenta de ello al ver a sus dos hermanas graduarse con UNIR, antes de seguirlas en parecido recorrido.
UNIR como modelo
Jonathan sigue extrayéndole jugo a su Máster en industria 4.0, en el ‘bolsillo’ desde noviembre de 2020. “Tomé buena nota del direccionamiento que recibí de mi tutora personal para aplicar al modelo educativo en el que creo”. Para él es necesaria la orientación del profesor como facilitador del proceso de aprendizaje, pero desde las bases ofrecidas hay que propiciar la iniciativa del alumno por adquirirlo sin necesidad de que el docente esté pegado para que se le active la luz y la inquietud por aprender, sobre todo a determinadas edades.
“La enseñanza en línea propuesta por UNIR me ha demostrado que esto es posible hacerlo con garantías. No en vano, ha influido en cambiar la visión en Ecuador de que estudiar online no ofrecía enseñanza de calidad. De hecho, algunas universidades están imitando el modelo pionero de UNIR y sus ventajas de acceso a una educación del más alto nivel”, resalta Jonathan.
Para Jonathan, el humor no está reñido con el aprendizaje.
Convencido en esta línea a seguir, el docente implica las nuevas tecnologías cada vez más en sus clases y envuelve a sus alumnos a discernir sobre conceptos como voltaje, resistencia y corriente con un dispositivo en la mano. Su futuro en la educación es claro: “soy ingeniero, pero mi vocación es la enseñanza”, piensa en un nuevo proyecto educativo con mayor componente social y en hacer un doctorado en educación.
Y es que la máxima ambición de Jonathan Cahuasqui es transmitir conocimientos a la sociedad y perseverar en la idea que el saber no ocupa lugar.