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Avimael Velásquez: “Quiero contagiar las matemáticas a los niños de todo el mundo”

Fue uno de los grandes protagonistas de la graduación más universal de UNIR. Este joven kichwa, un pueblo indígena de la sierra ecuatoriana, ambiciona cambiar el mundo con las ciencias exactas.

¿Cuál es la diferencia entre lo normal y lo excepcional? Seguramente la voluntad, esa que mueve montañas, es una variable fundamental del resultado de esa ecuación. Una incógnita que Avimael Velásquez resolvió desde muy pequeño. Este joven kichwa, el grupo étnico más poblado de la sierra ecuatoriana, que creció en la localidad de Otavalo, aprendió el oficio de tejer, como otros muchos en esa localidad, siendo un niño.

Estudiaba y ayudaba a su padre cuando podía como tejedor, pero él siempre supo que cuando fuese mayor su oficio sería otro, a pesar del respeto que siente por esa ocupación. Lo suyo, nadie sabe por qué, eran las matemáticas. Ni él mismo acierta a encontrar una explicación lo suficientemente racional para una vocación tan temprana y poco habitual en su entorno. “Me apasionan las matemáticas”, dice al poco de empezar la conversación.

Detrás de esas palabras este joven profesor empieza a desgranar su propio teorema: “Las matemáticas son parte de la vida, potencian el sentido común, aumentan tu pensamiento crítico al desarrollar fórmulas y analizar datos. Te permiten llegar a ser un gran científico y ayudar a mejorar la sociedad. Es una asignatura abstracta, pero te abre los ojos”.

“Siempre fui muy disciplinado y responsable en las tareas, quizás por eso me llama tanto la atención el orden y el análisis que requieren las matemáticas, lo necesarias que son para el día a día”, comenta Avimael, que hoy tiene 27 años y el pasado mes de abril terminó sus estudios de posgrado en Didáctica de las Matemáticas en Educación Secundaria y Bachillerato en UNIR.

Un modelo a seguir

Pero con 11 años no fue nada fácil convencer a su padre de que quería estudiar y no trabajar con él para ayudar en casa. “Conseguí hacerle cambiar de opinión con mis notas y pude pasar a secundaria y luego ir a la Universidad Técnica del Norte, en Imbabura, donde gané una beca por buen rendimiento académico y estudié Ciencias de la Educación con especialización en matemáticas y física”.

Aunque la educación es gratis en Ecuador, no lo es el transporte, la comida, los útiles, los cuadernos… “Yo me había convertido en una importante carga añadida para las pocas posibilidades que teníamos en casa. Por eso el apoyo incondicional de mi mamá fue clave, con sus trabajos como dependienta y empleada doméstica”.

También su madre le hacía todo tipo de cosas para vendérselas a sus compañeros de colegio. “Soy muy consciente ahora del gran apoyo que recibí de mis padres, porque en casa no teníamos una economía para lujos, pero gracias a mi mamá pude estudiar y en casa cubríamos las necesidades básicas”. Estudiaba y trabajaba, arrimaba el hombro mientras podía, trabajando en una plantación de flores, recogiendo fresas o como lavaplatos en un restaurante.

Avimael con su familia

Avimael, en la imagen junto a su madre y hermana, es el mayor de cuatro hermanos y el que les fue abriendo el camino. “Para ellos fue mucho más fácil al continuar mis pasos. En cambio, para mí, supuso una responsabilidad añadida, porque mi papá falleció hace cuatro años y yo seguía estudiando. Fue un acicate muy fuerte para seguir y sacar adelante todo”.

El siguiente a él tiene 25 años y está haciendo la tesis en Arquitectura; el tercero tiene 21 y, tras estudiar primaria y secundaria, la universidad se le hizo difícil y ahora está trabajando, aunque lo que de verdad le gusta es la música. Y su hermana pequeña, que tiene 15 años y acaba de empezar Bachillerato, “es muy buena estudiante”, asegura.

Maduró y se cargó de responsabilidades demasiado pronto, y eso ha frenado que haya formado una familia como le hubiese gustado, según confiesa. Mientras eso llega, se ha convertido en el modelo a seguir no sólo para su familia, también para el millar de hermanos kichwa con la que convive. No para, siempre tiene el día full: de siete de la mañana a una de la madrugada reparte su tiempo dando clases en un colegio, luego en un instituto y, ya por la noche, estirando las horas hasta el inicio de la madrugada, ejerce como dirigente local, ayudando a su comunidad en todo lo que puede.

“Una vez que terminé el máster en UNIR, mi idea era dar clases en la universidad y a la vez hacer un doctorado en ciencias exactas, pero la pandemia ha frenado mis planes, porque ahora no es nada fácil moverse y por eso, de momento, sigo con lo que hago”, explica.

«UNIR me permitió ver otras realidades»

No le bastó con la beca que le daba su universidad para estudiar una maestría, porque eran unas titulaciones de posgrado, a su juicio, demasiado generalistas. Por eso prefirió seguir buscando y fue entonces cuando se topó con UNIR. “No me lo pensé dos veces. Lo que más me gustó fue la facilidad de su metodología, que fuese online y también cómo trabaja el tutor. La flexibilidad de horarios y el claustro fueron esenciales para poder completar mi educación. Me gusta su nivel de investigación y su experiencia internacional”, destaca.

También aprendió a cultivar un espíritu de servicio que luego ha puesto en práctica en su trabajo. “UNIR me permitió salir de lo local y ver otras realidades. Me ha ayudado a ser un verdadero máster para enseñar a los niños y a los jóvenes, pero no solo para que consigan unas notas o tengan una carrera, sino también para que aprendan a ayudar a los demás. He descubierto en esta universidad muchos conocimientos a los que, para mí, no era fácil llegar, y hoy los aplico en la vida real, porque su formación está llena de casos prácticos. También me enseñó la utilidad de la tecnología en la enseñanza, de la formación online. Aprendí a ser transversal”.

Avimael con sus alumnos

UNIR le ha convertido en un profesor de referencia en su localidad (en la anterior imagen le vemos junto a sus alumnos). Avimael se siente orgulloso, pero no ha perdido la perspectiva. “Trato siempre de dar un valor agregado a mi trabajo, sumar mejor que restar. Quiero seguir mi camino no para rentar, sino para inspirar a los niños para que logren lo que se propongan. Mi objetivo es ser feliz haciendo bien mi trabajo”.

Su meta es llegar a ser catedrático y no dejar de estudiar nunca. “Me gusta ser maestro, por eso me incliné por la enseñanza y no por la investigación. Sueño con seguir formándome y crear una metodología educativa propia para enseñar las matemáticas a los niños y jóvenes de todo el mundo. Enseñarles a enseñar y contagiarles las matemáticas estén donde estén”.

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