"Nunca podré olvidar las voces de los pacientes que llegan al hospital con miedo de morir. Con el poco aliento que les queda, te piden que los salves".
El doctor trabaja en el único hospital de Machala, que atiende casos de COVID-19. Esta ciudad pertenece a la provincia El Oro, una de las más castigadas por el coronavirus en el Ecuador. Este es su testimonio, en la primera línea de batalla.
Al igual que sus colegas, Darwin Yupangui ha estado trabajando en turnos extendidos en el hospital durante los últimos dos meses. Para él, “lo más difícil no es tener que trabajar por más de doce horas seguidas. Lo realmente duro es ver a gente sufriendo por esta nueva enfermedad y, sobre todo, ver fallecer, casi súbitamente, a muchos pacientes y compañeros de trabajo”, menciona.
Darwin, desde los 12 años, estaba convencido de que sería doctor. Cuando era pequeño repetía una y otra vez a sus padres que “salvaría vidas” cuando fuese adulto. Ahora, esas palabras han tomado sentido y el médico se esfuerza cada día por hacerlas realidad.
El alumno de la Maestría en Prevención de Riesgos Laborales (PRL) de UNIR nos cuenta cómo es la situación que está viviendo como médico, y los momentos más duros que le hicieron llorar.
¿Cómo ha sido trabajar durante la crisis del Covid-19?
Es muy duro, física y mentalmente. Como médico sabes que tendrás que vivir momentos difíciles en el trabajo. De a poco, vas forjando tu carácter. En mis diez años de carrera he visto muchas cosas. Tuve que atender casos graves de influenza AH1N1 cuando recién me graduaba y estuve en el terremoto de Manabí, en abril de 2016, ayudando a gente mutilada. Pero nada ha sido tan dramático como esta pandemia. Nos estamos enfrentando a un virus que ha obligado a millones de personas a encerrarse en casa, que ha desbordado sistemas de salud, incluso, de países considerados como potencias mundiales. Ya ha provocado la muerte de más de 300 mil personas alrededor de todo el mundo… ¡300 mil personas!
¿Hubo momentos en que se sintió abrumado por la situación?
Sí, hubo muchas situaciones que me abrumaron. A inicios de abril fui designado Coordinador del Área COVID-19 del Hospital General Teófilo Dávila, en Machala. Desde ese momento, el coronavirus se convirtió en mi primer pensamiento al despertar y en el último al irme a acostar. Desde ahora, me levanto cada mañana con incertidumbre, pensando: ¿cuántos pacientes nuevos llegarán hoy? ¿Cuántos lamentablemente fallecerán? Y, sobre todo, ¿cuántos podremos salvar?
Nunca podré olvidar las voces de los pacientes que llegan al hospital con miedo de morir. Con el poco aliento que les queda, te piden que los salves. Y tú les respondes que harás todo lo que puedas para salvarlos, sabiendo que así lo harás, pero que en algunas ocasiones no será posible porque hay ciertas situaciones que no dependen de ti.
¿En algún momento de esta situación tuvo que contener sus lágrimas?
En varias ocasiones lo tuve que hacer, pero en otras simplemente no pude y lloré. Recuerdo dos situaciones en especial. Al hospital llegó un hombre acompañado de su hija pequeña, él era toda la familia que ella tenía. El señor estaba con coronavirus y tuvimos que internarlo de inmediato. La niña no tenía con quien quedarse, así que estuvo varias horas sentada sola en la sala de espera, sin saber lo que estaba ocurriendo. El servicio social del hospital la atendió, pero tuvieron que llamar a la Dirección Nacional de Policía Especializada para Niños (DINAPEN) para que intervenga y la cuiden mientras su padre se recuperaba. Lamentablemente, esto aún no ha sido así. La pequeña no se ha podido reencontrar todavía con su padre. Él sigue luchando por su vida y nosotros haciendo todo lo posible para que salga triunfador de esa batalla.
Otra historia que me golpeó fuerte fue la de una mujer de 38 años que estuvo durante 28 días en la Unidad de Cuidados Intensivos, luchando por su vida. Con el coronavirus hay políticas severas respecto a las visitas a pacientes, así que sus hijos le hicieron un vídeo para saludar a su mamá. Nosotros conseguimos un proyector y se lo mostramos, pero lamentablemente la mujer murió dos días después.
Todas estas situaciones son muy duras para cualquiera, pero a mí -como padre- me rompieron el corazón. Nunca he usado estas palabras, ni de adolescente, pero siento que así fue.
¿Qué es lo que le ha golpeado más fuerte de estas circunstancias?
Sin duda, cada caso que llega al hospital es difícil, pero el estar alejado de mi familia, sobre todo de mi hija, es lo que más me ha golpeado. Hace dos meses que no he podido abrazar a mi mamá, ni recibir su bendición en mi frente. Hace tres meses que no he visto a mi hija. Ella vive en Quito. Por la situación, no he podido viajar a visitarla como lo hacía cada mes. En junio cumple 13 años y me gustaría estar presente. No sé si será posible, pero lo intentaré.
¿Ha vivido algún momento de relativa esperanza durante esta situación?
Sí, así como me embarga la tristeza cuando alguien fallece, me lleno de alegría cuando un paciente se recupera. Después de un mes y medio sacamos a nuestro primer paciente, un hombre de 67 años, de Terapia Intensiva. Fue un momento emotivo que nos llenó de esperanzas a todos quienes vimos su proceso de recuperación. Creo que esos son los momentos que nos hacen pensar a todos quienes formamos parte del personal sanitario, “para eso estoy aquí, para intentar salvar todas las vidas que sean posibles”.
¿Qué es lo que ha aprendido de esta crisis?
He aprendido a ser más agradecido por las cosas buenas que tenemos en nuestra vida. Ahora que se nos ha quitado la posibilidad de abrazar a nuestras madres, padres, hijos y hermanos, y estamos ansiosos por hacerlo. Ahora que no podemos visitar a nuestros amigos, hacemos de todo para verlos, aunque sea por videollamada. Ahora que vemos a la gente salir a las calles a arriesgar su vida para conseguir comida para su familia, valoramos lo que tenemos en nuestra mesa. No debemos esperar de situaciones como estas para agradecer lo afortunados que somos por tener una familia y el pan de cada día. Debemos agradecer por lo que tenemos, todos los días de nuestras vidas.