La alumna tuvo que trabajar alrededor de 10 horas diarias en la calle junto a su equipo para velar por el bienestar de muchos grupos vulnerables que se vieron golpeados por la pandemia.
Durante la cuarentena decretada por la pandemia de la COVID-19, muchas personas tuvieron la oportunidad de trabajar desde sus hogares, pero otras no. Hubo quienes debieron continuar trabajando en primera línea para salvar vidas y para mantener seguras a las comunidades. Ese es el caso de Grace Quelal, una estudiante de la Maestría en Intervención Social en las Sociedades del Conocimiento de UNIR.
Grace trabaja en la Secretaría de Inclusión Social del Municipio de Quito. La labor de la institución durante la pandemia fue esencial para atender y brindar apoyo a las personas en situación de calle y a las trabajadoras sexuales.
La estudiante tuvo que trabajar alrededor de 10 horas diarias en la calle junto a su equipo para velar por el bienestar de muchos grupos vulnerables que se vieron golpeados por la pandemia. Además, debió compaginar este trabajo con sus estudios de maestría. Ella nos cuenta cómo vivió esta dura, pero gratificante experiencia.
-¿Qué grupos vulnerables necesitaron especial atención de la Secretaria de Inclusión Social durante la crisis sanitaria?
-El Municipio de Quito tiene 10 grupos de atención prioritaria, entre ellos están los niños y niñas, adolescentes, jóvenes, adultos mayores y animales. Pero durante la pandemia debimos poner un especial foco de atención a las personas en situación de calle y trabajadoras sexuales.
La situación de estos grupos es compleja y lo que hizo la pandemia es empeorar sus condiciones de vida. Muchas personas dejaron de percibir ingresos y fueron desalojadas de sus viviendas y quedaron en la calle. Estas personas no tienen la posibilidad de aplicar las medidas de higiene y de seguridad, como el constante lavado de manos o el uso de gel antibacterial, esto los convierte en una población en riesgo.
-¿Cómo fue la ayuda a las personas en situación de calle?
-Recorrimos la ciudad, sobre todo, los sectores más vulnerables de Quito en busca de personas y familias enteras que habitan en la calle. Nuestra tarea es llevarlos hacia albergues para que puedan comer y dormir. Realmente es complicado porque hay muchas personas que no quieren abandonar la calle y debemos tratar de convencerlos, pero no siempre corremos con suerte.
Por otro lado, un buen número de personas en situación de calle eran extranjeros, sobre todo de Venezuela. Ellos buscaban regresar a su país, así que tuvimos que gestionar transporte para que puedan llegar a la frontera.
-¿El número de personas en situación de calle aumentó a raíz de la pandemia?
-Sí. La crisis sanitaria y económica dejó a muchas personas sin empleo y varias de ellas fueron desalojadas de sus hogares. Nos encontrábamos con casos de familias enteras que se habían quedado en las calles.
Solo en Quito, según el Patronato San José, habitan entre 8.000 y 10.000 personas en situación de calle.
Pero no fueron los únicos afectados, aquellos que pudieron mantener sus hogares vivieron el drama del hambre. Por este motivo, la secretaría activó alianzas con la empresa pública y privada para poder recibir donaciones y entregar kits de alimento a estas personas.
-Recuerda algún caso de una persona en situación que le sacó una lágrima
-Fueron muchos, pero hay uno que lo recuerdo con mucha tristeza. Cuando fuimos a entregar kits de alimentos en el centro-sur de la ciudad, nos encontramos con un señor mayor que vendía flores en la calle. El señor debía tener alrededor de 80 años y vestía un traje viejo con agujeros. Nosotros nos ofrecimos a llevarle el kit al lugar donde vivía. El hombre nos dirigió hacia la parte de la montaña. Él había cavado un pequeño hueco en la montaña y lo había tapado con fundas plásticas para protegerse del frío en las noches. Fue bastante dura ver esa realidad, nosotros estábamos llevando alimentos a un hombre que ni siquiera tenía donde cocinar.
-En el caso de las trabajadoras sexuales, ¿cómo fue la ayuda?
-La situación de las trabajadoras sexuales es muy complicada, nosotras las llamamos trabajadoras, pero ellas no gozan de derechos laborales. Durante la pandemia los centros nocturnos cerraron por lo que muchas de ellas salieron a trabajar en las calles arriesgándose a contagiarse de COVID.
Nosotros hemos elaborado un plan de seguridad que consiste en exigir las medidas de seguridad en hoteles y centros nocturnos para poder darles garantías a ellas y a sus clientes. El trabajo sexual es una realidad que no podemos negar, por lo que debemos trabajar para otorgarles mejores condiciones laborales.
-Usted estudió la Maestría en UNIR mientras trabajaba en primera línea en la pandemia ¿cómo fue esta experiencia?
Sinceramente fue bastante dura. Mientras algunos compañeros de la Secretaría trabajaban desde sus hogares, yo salía de mi casa a las 7 a.m. y no regresaba hasta las 8 o 9 p.m. Aún cuando llegaba cansada de la larga jornada en el trabajo, me conectaba a mis clases en UNIR para no retrasarme.
Muchas veces me quedaba hasta la media noche y mi esposo y mis hijos bajaban a la sala y me preguntaban ¿mamá ya vas a subir? Y en muchas ocasiones me despertaban porque me había quedado dormida sobre la mesa.
Fue difícil, pero tuve mucho apoyo por parte de mi familia, de los docentes y de mi tutora de UNIR, ellos me alentaron a terminar mis estudios.
-¿Cómo se sintió al finalizar sus estudios?
Tuve dos sentimientos, felicidad y alivio. Cuando defendí el TFM me sentí muy orgullosa de lo que había logrado y supe que no lo hubiese podido hacer si la carrera era presencial. La metodología online de UNIR me permitió compaginar las largas y cansadas jornadas de trabajo con los estudios. Ahora sé que fue una de las mejores decisiones que he tomado y espero poder seguir aplicando mis conocimientos adquiridos en la Maestría en Intervención Social en las Sociedades del Conocimiento para mejorar las condiciones de vida de las personas que más lo necesitan.