La deportista se convirtió en acreedora de una beca en UNIR, gracias al programa 'Nuestro Futuro, Nuestros Sueños' de la Fundación COFUTURO.
Cuando Elizabeth Bravo (Cuenca, 1987) era pequeña su padre llevó a ella y a su hermana al Conservatorio de Música y a la Federación Deportiva para que eligieran una actividad en la que ocupar su tiempo después de la escuela. Escogió ballet clásico, atletismo y natación sin saber que esos primeros pasos en el deporte la llevarían a convertirse en una destacada triatleta.
A sus 33 años, la cuencana ha competido en los Juegos Olímpicos de Londres y Río. A inicios de este año clasificó a los de Tokio 2020, los cuales fueron aplazados para el 2021 debido a la pandemia del COVID-19. A lo largo de su prolífica carrera deportiva, obtuvo una Medalla de Plata y dos de Bronce en los Juegos Suramericanos de Medellín 2010. Además, ha sido reconocida como la mejor triatleta ecuatoriana, según el informe presentado por la Federación Ecuatoriana de Triatlón.
Pero Elizabeth Bravo no solo es sinónimo de deporte. Ha sabido compaginar su tiempo con los estudios. Es fisioterapeuta y tiene un Máster en Osteopatía. Y su afán de seguir formándose en el ámbito universitario no termina allí. Recientemente se convirtió en acreedora de una beca en UNIR, gracias al programa ‘Nuestro Futuro, Nuestros Sueños’ de la Fundación COFUTURO. De este modo, la triatleta estudiará un Experto Universitario en Nutrición Deportiva.
-¿Cuándo despertó tu pasión por el triatlón?
-Desde pequeña he entrenado atletismo y natación, pero llegué al triatlón por un caso fortuito. Cuando tenía 19 años, mi amiga triatleta Paola Bonilla iba a participar en los Juegos Nacionales, pero a último momento pusieron una cláusula que decía que la participación de chicas en los juegos sería permitida únicamente sí participaban más de dos mujeres. Como yo nadaba y hacía carrera a pie, me pidieron que participe y me prestaron una bici. Yo acepté para ayudar a mi amiga. Cuando finalizó la competencia supe que ese era el deporte que quería hacer el resto de mi vida.
-¿En algún momento dudaste sobre tu carrera deportiva?
-Nunca dudé, pero sí me desvié en el camino. Cuando me gradué de la universidad como fisioterapeuta, la única actividad que hacía era deporte. Cuando nos reuníamos con mis compañeros de la universidad las conversaciones giraban en torno a los trabajos que ellos estaban consiguiendo. Yo era la única que no tenía uno. Así que busqué un empleo y obtuve dos. Era maestra de danza del Colegio Alemán y trabajaba como fisioterapeuta en una clínica.
Un día mi papá me dijo que no me olvide de mi sueño. Ese momento fue revelador: yo soñaba con ir a los Juegos Olímpicos y había dejado a un lado esa meta por tener un “trabajo” como los demás. Renuncié a mis empleos y, junto con mi papá, buscamos opciones en el extranjero para que yo pudiera continuar entrenando y clasificar a unos Juegos Olímpicos.
-¿Cómo fue el camino hacia tus primeros Juegos Olímpicos en Londres?
-Fue una de las mejores experiencias de mi vida. Con mi papá encontramos una buena opción en Costa Rica para seguir mi sueño. En ese país tienen un sistema de clasificación arduo, debes participar en al menos 12 competencias internacionales. Así que con 22 años decidí ir a vivir a ese país y trabajar por mi sueño. Conté con el apoyo del Banco Bansol en Costa Rica que auspiciaba a un equipo de deportistas. Viví en una casa con atletas de Puerto Rico, Guatemala y Hungría. Esos años trabajé duro para llegar a los juegos olímpicos y lo conseguí. Estuve en Londres 2012.
-¿Cómo te sentiste al alcanzar tu sueño?
-Fue un momento indescriptible. Viajamos con toda mi familia a Londres. Mi primo marchista también participaba así que era una doble emoción para nuestros padres. Recuerdo que durante la competencia ellos llevaban carteles de apoyo con nuestros nombres, era lo que más nos motivaba.
Cuando terminó la competencia solo quería abrazar a toda mi familia. Obtuve el lugar 49 y pensé que no había alcanzado una buena posición. De pronto, la gente que me veía con el uniforme se me acercaba y me pedía una foto. Me preguntaban: “¿Qué lugar obtuviste?”, y yo respondía desilusionada que el 49. Ellos se sorprendían y me felicitaban. En realidad, era una buena posición, era mi primera vez en unos Juegos Olímpicos y había competido con los mejores del mundo.
-El deporte te ha dado muchas alegrías, pero ¿has tenido algún momento duro?
-Sí, el momento más duro en mi carrera deportiva fue cuando pensé que no iba a poder hacer triatlón nunca más. En el 2018, me fracturé la mano y la pierna en los Juegos Sudamericanos en Bolivia, y a pesar de eso logré subirme al podio. Cuando regresamos a Ecuador ya me sentía bien, así que salí a entrenar en la bici y por una falla en el asfalto, mi mano y pierna se rompieron.
Tuve que hacer reposo por tres meses. Me dijeron que mi mano quedaría sin movilidad. Yo solo pensaba que no iba a poder acariciar a mi hijo de 2 años y que no iba a volver a hacer bici. Afortunadamente todo salió bien y me recuperé pronto. Eso me dio fortaleza para regresar al triatlón con más ganas y fuerza.
-¿Qué se necesita para llegar a ser un destacado deportista?
-Pasión y perseverancia. En mi caso también fue el apoyo incondicional de mis padres. Mi papá siempre me acompañaba a los entrenamientos para darme fuerza, pero también para ver que cumpliera prolijamente con los entrenamientos.
Cuando los entrenadores tenían una reunión y nos dejaban solos, los otros niños se ponían a jugar en la piscina, pero yo no podía hacerlo, pues mi papá me estaba mirando. Cuando crecí y mis amigos organizaban fiestas, mi papá me daba permiso diciéndome que, si al siguiente día no me levantaba temprano para ir a entrenar, tendría que dejar el deporte. Como a mí me gustaba mucho el triatlón, iba a las fiestas y me ponía dos alarmas para levantarme el siguiente día. En esos momentos no entendía muy bien porque mi papá era así conmigo. Pero cuando viajé sola a vivir en Costa Rica no fue difícil para mí, pues me había convertido en una mujer disciplinada, algo que mi papá me inculcó desde pequeña sin que yo me diera cuenta.
-Has sido disciplinada y dedicada en los deportes, pero también en los estudios. ¿Cómo has logrado compaginar esas dos actividades?
Con mucho esfuerzo y sacrificios. Creo firmemente que estudiar es el complemento perfecto para los deportistas. Yo estudié Fisioterapia como carrera de pregrado y estudié un Máster en Osteopatía en Madrid. Esos estudios me han ayudado en mi carrera deportiva, sé cómo cuidar mis músculos, tengo conciencia de mi fuerza muscular y sé cómo actuar frente a una lesión.
-Ahora estudiarás un Experto Universitario en Nutrición Deportiva en UNIR gracias al programa ‘Nuestro Futuro, Nuestros Sueños‘ de COFUTURO ¿Cuáles son tus expectativas?
-Muchas. Estoy contenta de poder continuar con mi formación profesional con una educación en línea de calidad. Actualmente me estoy preparando para los Juegos Olímpicos de Tokio 2020. Dedicó gran parte de la jornada a los entrenamientos, todos los días. Estudiar de forma telemática me permitirá continuar entrenando y compartir tiempo con mi hijo y mi familia.
-¿Por qué elegiste el Experto Universitario en Nutrición Deportiva?
-Elegí el Experto Universitario en Nutrición Deportiva porque es el complemento perfecto para los fisioterapeutas. Cuando atendemos algún paciente por una lesión le recomendamos una dieta también. Así que ahora seré una profesional más completa. Pero, sobre todo, este experto me acerca a uno de mis sueños, que es abrir una academia de Triatlón para niños.
Con estos estudios los podré ayudar de una forma más integral para que cumplan sus sueños de llegar alto como alguna vez de niña yo también soñé.