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Atención a quienes más lo necesitan, con profesionalidad y ternura

Fátima Rincón pone en práctica los conocimientos aprendidos en el Máster en Dirección y Gestión de Unidades de Enfermería para mejorar la calidad de vida de adultos mayores que viven en situación de extrema pobreza.

La ternura es un término a veces minusvalorado por ser asociado equívocamente a una suerte de blandura emocional. La realidad es que el efecto de este sentimiento nada tiene que ver. La persona demuestra amor o un cariño puro hacia alguien que le hace ver la transparencia del ser humano y requiere de su atención, dulzura, delicadeza e, incluso, de su ayuda.

Eso era lo que a Fátima Rincón le sugerían los ojos de su querido abuelo, enfermo de Alzheimer, quien generó en ella su vocación de darse a los demás. “Me dio durísimo cuando no reconoció a mi papá. Pensé en qué podía ayudar, porque él empezaba a olvidar muchas cosas”, recuerda.

Acaso hacerse enfermera fue un paso natural y afectivo en su vida, para lo cual supo dotarse del equilibrio necesario en su labor cotidiana de afrontar situaciones difíciles circundantes a la existencia de otros. Involucrarse en la salud y la curación de pacientes requiere de una pasta especial. Ella la tiene y, sobre todo, “quería orientar mi trabajo en atender al adulto mayor”, resalta.

Hacia ese horizonte quiso impulsar su carrera. Y en su determinación incluyó el deseo de hacer el Máster en Dirección y Gestión de Unidades de Enfermería en UNIR, a pesar de que en Ecuador es complejo compaginar estudio, trabajo y atender a dos hijos. “Poder estudiar a través de una metodología totalmente virtual me ayudó a decidirme. A partir de entonces empezó a cuajar mi sueño de coordinar y gestionar proyectos de cuidados para las personas mayores vulnerables”, dice. De hecho, en su trabajo de fin de maestría ya lo empezó a plasmar.

Fátima Rincón pone en práctica los conocimientos aprendidos en el Máster en Dirección y Gestión de Unidades de Enfermería de UNIR. Fátima Rincón pone en práctica los conocimientos aprendidos en el Máster en Dirección y Gestión de Unidades de Enfermería de UNIR.

Hoy, a sus 36 años, Fátima es promotora social en el Ministerio de Inclusión Económica y Social (MIES), hace lo que más le gusta y desde el 2021 tiene un título de calidad europea en el bolsillo, reconocido por SENESCYT. “La calidad y dedicación de los docentes hacia mí como alumna, me ayudó a concluir la maestría con un importante enriquecimiento personal y profesional. Lo que aprendí lo he podido aplicar en ambos terrenos”, reconoce.

Aplicar lo aprendido con UNIR

El aprendizaje adquirido en su maestría le ha proporcionado la capacidad de gestionar con solvencia unidades de enfermería y planificar semanalmente la atención adecuada a adultos mayores. Éstos subsisten en condiciones de extrema pobreza en las zonas rurales del cantón de Chambo, a quienes visita en sus hogares. Un trabajo gratificante y sensible a la vez, en cuanto acercarse a delicadas situaciones personales le remueve el recuerdo de su abuelo y la misión asumida de dar la mano a quienes más lo necesitan, especialmente con aquellos que caminan despacio por los últimos tramos de su biografía.

“La maestría me enseñó cómo podía mejorar la calidad de vida de estas personas, con cuidados, orientándolas a mejores hábitos  alimenticios y de higiene, también a distribuir el escaso dinero que reciben del Gobierno”, señala Fátima. Así se les ayuda a tener un envejecimiento digno e incluso permitirles recuperar la autoestima, asimismo superar la barrera psicológica de la dependencia.

Además, todavía pueden aportar experiencia a la comunidad. “Aprendí pautas de socialización que me sirven para coordinar actividades específicas con gente cercana a ellos y con dirigentes comunales, de tal forma que los mayores aún se sientan útiles en la sociedad”.

El trabajo de Fátima se desarrolla entre adultos mayores que viven en zonas de extrema pobreza. La egresada de UNIR ayuda a los adultos mayores a sentirse útiles para la comunidad.

Tesón y lucha por los demás

El trabajo de Fátima requiere gran dedicación. No obstante, de los 40 pacientes que atiende, 30 no saben leer ni escribir, algo frecuente en la zona. La mayoría pertenecen a la etnia Puruhá y la soledad se cierne sobre ellos como una gran amenaza.

Cuenta el caso de una adulta mayor abandonada de su familia y caída en desgracia cuando una irregularidad en la renovación del censo le suspendió el único ingreso que tenía, un bono de 100 dólares del Estado. La anciana quedó a la deriva, sin absolutamente nada. Pero luchó por ella e hizo prevalecer un principio, “grabado desde que lo escuché en una clase con UNIR, y es que uno, como profesional de la salud, está en su derecho de hacer prevalecer los derechos de los demás. No es solo curar, si puedo hacer más, debo hacerlo”, afirma convencida.

A sus 36 años, Fátima es promotora social en el Ministerio de Inclusión Económica y Social (MIES). A sus 36 años, Fátima es promotora social en el Ministerio de Inclusión Económica y Social (MIES).

Al poco tiempo, relata, su batalla en el departamento de acción social y en el mismo MIES dio frutos y recuperó, para quien tanto lo necesitaba, el bono estatal, las medicinas para controlar su hipertensión e incluso la compañía de una nieta, responsable de ella a partir de ese momento. “Recientemente la he visto muy mejorada respecto a la primera vez que casi apenas comía”, dice satisfecha.

Cada día, una experiencia nueva

La vida sigue para todos, también para la gestora de enfermería que sigue acumulando a diario vivencias similares con la puesta en práctica de lo aprendido en su maestría con UNIR. De ésta continúa hablando como quien acude a un decálogo de conocimientos inagotable. “A pesar de ser enfermera, aprendí cosas del oficio que no me imaginaba se podían hacer en la atención a un paciente en su domicilio. Con profesionalismo, el material necesario y aprendizaje pleno de los reglamentos me atreví, dentro de unos límites, a hacer curaciones menores sin temor”, afirma.

Para Fátima las normas son fundamentales en la administración, pero más allá del trámite y el papeleo están los equipos y su organización. Dice que en ocasiones lo ha tenido que explicar a responsables en puestos de salud de zonas remotas, poco avezados en buenas prácticas con los pacientes. Con razonamiento y pedagogía ha conseguido sus propósitos de darle la vuelta a la tortilla. “Hago un seguimiento de estos sitios y se ha producido un cambio en su forma de proceder y organizarse. Ahora dan las fechas de atención a los usuarios con mayor rigor y estos sienten mayor experiencia de trato”, constata.

Bajo la alargada sombra de montañas de cimas vestidas de blanco y en valles donde resuenan las aguas de los ríos Chambo, Daldal y Timbul; Fátima es feliz de poner su grano de arena en mejorar la calidad de vida de mujeres y hombres de avanzada edad, en estado de vulnerabilidad, apegados a la medicina tradicional y a una cultura distinta a la que se respira en las urbes de ritmos acelerados pendientes del reloj. Seguro que su abuelo estaría orgulloso de ella.

El trabajo de Fátima se desarrolla en zonas de extrema pobreza.

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