El fenómeno del acoso escolar o bullying no es ni mucho menos nuevo en nuestras sociedades. Sin embargo, desde hace unos años se manifiesta de una manera más compleja, como, por ejemplo, a través de entornos virtuales.
El fenómeno del acoso escolar o bullying no es ni mucho menos nuevo en nuestras sociedades. Sin embargo, desde hace unos años se manifiesta de una manera más compleja, como, por ejemplo, a través de entornos virtuales.
El acoso sigue siendo hoy en día un importantísimo reto que toda la comunidad educativa debe afrontar, ya que las consecuencias van mucho más allá de lo que podrían ser señales físicas evidentes. Si nos detenemos un instante en artículos de prensa de los últimos meses, el acoso forma parte de numerosas publicaciones. Algunas de estas ponen de relieve precisamente esas graves consecuencias menos visibles: el deterioro del autoconcepto, las graves dificultades en el desarrollo y en los procesos de socialización en el corto, medio y largo plazo, e incluso autolesiones e intentos de suicidio.
Se trata de una realidad a la que no podemos darle la espalda de ninguna manera. Y, efectivamente, así está siendo. A nivel internacional, la Convención de Derechos del Niño (ONU, 1989) configura un marco de protección para la infancia de indudable valor. Además, a nivel nacional también existe una normativa específica: la Política Nacional de Convivencia, la Ley Orgánica de Educación Intercultural (LOEI, 2011), así como la normativa Solución de Conflictos en las Instituciones Educativas (2012), expedida mediante acuerdo ministerial N.°434. Dentro del articulado de esta última encontramos explicitada la responsabilidad del equipo docente y de los responsables educativos en la protección integral del alumnado.
Una atención integral
A lo largo de la última década ha sido necesario materializar estas iniciativas globales en realidades que puedan responder a situaciones específicas. La LOEI establece que las instituciones educativas han de contar con un Departamento de Consejería Estudiantil (DECE) responsable de brindar una atención integral a los niños y adolescentes del entorno educativo. Entre los objetivos del DECE identificamos:
- Construir relaciones sociales pacíficas en el marco de una cultura de paz y no violencia.
- Fomentar la resolución pacífica de conflictos en todos los espacios (personal, familiar, escolar y social).
- Prevenir problemáticas sociales e intervenir en situaciones de riesgo.
Todo ello requiere de un perfil profesional concreto, especificado en la normativa (psicólogos, educadores, trabajadores sociales o psicopedagogos, entre otros). Pero, además, es necesario contar con una serie de competencias que no necesariamente han sido incorporadas en las titulaciones de origen por la especificidad de las mismas.
Resulta imprescindible contar con una visión integral de las situaciones que enfrentamos en el día a día del entorno educativo. Para ello, una visión ecológica se muestra como una herramienta excepcional: los profesionales educativos son capaces de ver al niño o adolescente en su contexto, entendiendo que todos aquellos entornos en los que interactúa y todas las personas implicadas pueden estar jugando un papel en una posible situación de dificultad. Ser capaz de implicar a madres, a padres, y cualquier apoyo natural de los niños, y establecer con ellos una alianza de cuidados a través de un vínculo seguro, nos ayudará a construir los entornos educativos que a nivel global las administraciones públicas persiguen: entornos educativos protectores.
La importancia de la formación
La capacidad de detectar señales y de identificarlas correctamente requiere de una formación y de un entrenamiento específico. Esta es la clave de la prevención: en la medida en la que somos capaces de interpretar adecuadamente determinadas dinámicas (conductas problemáticas o incluso de sobreadaptación), estaremos contribuyendo a evitar el desarrollo de situaciones más complejas y de abordaje más difícil.
Por otro lado, es necesario también contar con habilidades y competencias en la gestión de conflictos. La mediación es una herramienta fundamental, pero no debemos obviar algunas otras que han mostrado ya su potencial, como las prácticas restaurativas, las iniciativas de aprendizaje-servicio, entre otras.
Pensar que todo lo anterior puede ser incorporado o aprendido exclusivamente a través de la experiencia es bastante ilusorio. Hemos de ser conscientes del importantísimo papel que desempeña el educador (maestro o profesor) en el desarrollo de niños y adolescentes y, por ende, la necesidad de que estos cuenten con la formación necesaria. Existen formaciones específicas como la Maestría Universitaria en Prevención y Mediación de Conflictos en Entornos Educativos de UNIR Ecuador que responden de una manera muy ajustada a todas estas necesidades, contribuyendo al desarrollo personal y profesional de los docentes.
Somos conscientes de que aún queda mucho por hacer. De que seguirán apareciendo nuevos retos a medida que nuestras sociedades avancen. No obstante, lo importante es que como profesionales de un entorno tan importante como el educativo tomemos conciencia de nuestra gran responsabilidad y de las grandes posibilidades que tenemos como figuras de seguridad y referencia para niños y adolescentes. Solo a través del reciclaje y de la formación específica podremos convertirnos en los profesionales que el mundo actual demanda y necesita.
*Noemí García Sanjuán es coordinadora académica de la Maestría en Prevención y Mediación de Conflictos en Entornos Educativos de UNIR Ecuador.